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Cultura del Descarte

Ofrecer alternativas a la cultura del descarte, que eviten la mercantilización de la vida humana y su consideración meramente utilitaria. Promover una sociedad inclusiva para los parados -especialmente jóvenes-, emigrantes, inmigrantes, discapacitados, los no nacidos y los ancianos.

¿Qué es la cultura del descarte?

Al hablar de “la cultura del descarte” queremos hacer referencia a una serie de injusticias que afectan a toda la sociedad, dejando fuera a los que, a primera vista, son menos productivos o más débiles. Injusticias que no desaparecerán a base de meras soluciones técnicas o económicas, sino que requieren un compromiso personal y social de toda la ciudadanía.

El descarte sucede allí donde un grupo de intereses cerrado se sitúa en el poder político, social y económico, y tiende a apartar a quienes no están alineados con aquellos intereses.

Hay un descarte político por el cual los ciudadanos no tienen acceso a los procesos de decisión ni a los debates de temas que les afectan, que están monopolizados por las cúpulas de los partidos. Y quienes plantean cuestiones incómodas, o que no interesan, son excluidos de la conversación oficial en los medios y en las instituciones.

Hay también un descarte social, que margina a quienes no resultan productivos, y por el cual determinados colectivos no reciben la atención adecuada, ni son representados por nadie, porque no aportan suficiente, según una mentalidad economicista: los niños y jóvenes en situación de abandono, las madres en circunstancias difíciles, los afectados por adicciones, los ancianos y enfermos de larga duración, los jóvenes con familias desestructuradas, etc.

Hay finalmente, un descarte económico: el de quienes no tienen acceso al trabajo o sufren la pobreza, que no podrán salir de estas situaciones mientras los demás nos conformemos con la mejora de las cifras macroeconómicas, necesaria, pero no suficiente. Es el caso de los parados de larga duración, de los jóvenes sin oportunidades laborales, o de amplios grupos sociales fuertemente afectados por la pobreza.

¿Descarte o ampliación de derechos?

La cultura del descarte se presenta siempre disfrazada de defensa de los derechos individuales. Esto genera una confusión que es dañina para la sociedad y puede crear una especie de insensibilidad hacia algunos grupos de personas a los que no se les reconoce voz. La medida de una sociedad justa e inclusiva la da la forma en que trata a las personas dependientes, a aquellos que por sí mismos no pueden valerse ante la dureza de la competencia económica o del juego de poder social.

Uno de los temas en los que vemos cómo actúa la cultura del descarte es el de la maternidad y la inclusión social del no nacido. En primer lugar se descarta el tema del debate político, con grave daño a nuestra cultura democrática. Hay un descarte de las madres con dificultades, a las que dejamos solas, en lugar de apoyarlas en su maternidad. Muchas de ellas terminan optando por el aborto, solución socialmente más fácil, pero ¿cuántas decidirían seguir adelante si tuvieran los medios y el apoyo necesarios? Descartamos, por supuesto, a los no nacidos, cuyos derechos no son tenidos en cuenta al legislar en el Parlamento. E incluso hay un descarte de los profesionales de la salud a los que se impone cooperar en prácticas que son todo menos curativas.

También hay un descarte de los mayores de 45 años, a los que muchas veces se niega el acceso al empleo (y no desde los poderes públicos, sino desde la empresa privada), de los jóvenes desempleados –preparados para dar lo mejor de sí mismos y que siguen esperando una oportunidad–, de los niños en situación de abandono o de marginalidad (para los que no encontramos hueco en la sociedad civil a través del acogimiento familiar, y dejamos en manos de instituciones que, aun poniendo todo lo mejor de su parte, o todos los medios económicos, nunca sustituirán la inclusión social que aporta la familia), de los enfermos, de los inmigrantes, de los emigrados, de los discapacitados, de los ancianos…

El concepto de vida que merece la pena ser vivida y de muerte digna es también a veces un disfraz para el descarte: si dejamos de considerar a todos los seres humanos como personas cuya vida es intrínsecamente valiosa (porque tiene dignidad con independencia de su productividad), creamos un incentivo perverso para deshacerse de “quienes ya no aportan” aunque todo ello esté envuelto en una retórica de buenos sentimientos. Esta mentalidad se contagia al trato que reciben en las familias y en la sociedad.

Principios para la acción: hacia la cultura de la inclusión

No se soluciona el descarte con subvenciones a los propios descartados. La cultura de la subvención genera nuevas formas de dependencia, refuerza el poder de los políticos y la burocracia, y aumenta las cargas fiscales, incrementando la situación de necesidad.

Solo se supera el descarte con una cultura inclusiva del bien común. Frente a los maniqueísmos entre lo público y lo privado, propio de los planteamientos ideológicos, una cultura de la inclusión se forja en la sociedad civil (ver propuesta 10), junto con un adecuado diseño de las políticas públicas.

El debate político debe fortalecerse con ideas habitualmente descartadas por incómodas. Por eso no podemos dejar de hablar de estas cuestiones, de modo propositivo. Para lograr la inclusión de todos no solo es necesaria una situación económica saneada, sino también un sistema educativo capaz de hacer crecer a las personas, y un clima social que favorezca la formación de la personalidad y la libre y creativa contribución a la vida social. Esto solo es posible si se defiende y respeta la normalidad social de la familia y se hace posible el trabajo y el emprendimiento, social y económico. Así, la sociedad podrá volcarse con los más desfavorecidos y con aquellos que cargan con el peso del futuro, singularmente con las mujeres que optan por la maternidad aun en situaciones de marginalidad.

En Principios entendemos que el descarte es la consecuencia de una especie de fuerza centrífuga de la dinámica social, que expulsa hacia afuera a los más débiles. Esta fuerza centrífuga debe corregirse constantemente, con un esfuerzo de inclusión que no se logra automáticamente, con el funcionamiento de la democracia o del mercado: es imprescindible un compromiso personal y social para acercarse a las personas una a una, comprender sus circunstancias y encontrar los modos concretos de integrarlas en la sociedad. Y este es un trabajo que empieza en la sociedad civil, no en las instituciones públicas.

Queremos contribuir a corregir esa fuerza centrífuga con acciones concretas. Para empezar, desde Principios hemos organizado una serie de Jornadas sobre el Descarte en las que pretendemos aprender de quienes trabajan desde hace muchos años en diversos ámbitos de la vida social. No queremos hacer propuestas teóricas, no queremos quedarnos en generalidades o en declaraciones de intenciones, sino facilitar que la experiencia y conocimiento de la realidad de las entidades que trabajan en defensa de estos sectores sociales se conviertan en parte central del debate público, de modo que nadie quede descartado del mismo. Ojalá no haya ninguna política pública, ningún debate social, en que no se oiga su voz o se considere su experiencia.

Haznos llegar tus propuestas para el debate a publicaciones@somosprincipios.com