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La abstención y el sentido de mi voto

Amar en tiempos electorales. Esa es la cuestión que todo español se debe preguntar en estos momentos, y no la de a qué partido, programa, líder o ideología votar.

Vivimos en un tiempo electoral atípico, dominado por un discurso de los políticos (no por esto, discurso político), cuya duración cronológica es de unos siete meses, casi un embarazo normal, pero cuya “durée”, concepto francés referido a la concepción que del tiempo tenemos, puede ir desde a un lustro a una década, menos para los políticos, que lo deben estar pasando en grande, como si fuesen importantes (son y serán condición necesaria para toda democracia liberal que se precie, representativa, que respete a las minorías de los embates asamblearios, pero cada vez son percibidos como menos importantes, como menos condición necesaria y suficiente).

El cuerpo electoral se ha acostumbrado a un discurso de los políticos sin referencias políticas, sin preguntas abiertas, con un tono cursi y sabelotodo, faltón muchas veces, agresivo en ocasiones, cínico y demagogo casi siempre, otras naif. Además, ahora se comienza a ver que hay siempre entre bambalinas verdaderos maestros de títeres, ora con maletines, ora en el Caribe, ora en las ondas y frecuencias del espacio radioeléctrico. Faltan las putas, las vedettes, los amoríos de juventud y las noches de hierbabuena y birras mediterráneas o atlánticas, para que se fusionen en la mejor unión que darían los tiempos, las tertulias políticas y los programas del corazón. Todo se andará.

De esta costumbre, que hace toda monotonía, nace la apatía, o su hermana mayor, la acedía, o sus bastardas e ilegitimas hijas, la revolución-golpe y la dictadura, en todo caso.

Un abatimiento generalizado en la gran masa de ciudadanos tranquilos, acostumbrados a no implicarse en la toma de decisiones en sus propias vidas, menos en los designios del país, dará paso a ciudadanos frustrados por esperar y exigir a los partidos, políticos e ideologías, lo que solo pueden esperar y exigir de ellos mismos, compromiso y responsabilidad.

Nadie es perfecto, y nada lo es tampoco. Pero no se trata de encontrar, votar o proponer el mejor sistema del mundo, ni ser la mejor persona del mundo. Somos humanos, y nuestras obras lo son por derivada, y por tanto, tenemos oscuros, claroscuros y luces, y contradicciones e incoherencias, pero precisamente por eso, porque los otros también las tienen, no debemos juzgar ni repartir con ventilador las culpas ni esperarlo todo de todos, menos de la política o del estado.

Aunque es tentador, es ciertamente el camino más corto y más ancho a la acedía de la permanente revolución, esta vez no solo nacional, sino con ribetes globales, que supongo, a alguien puede interesar. Debemos gestionar nuestras expectativas y no superar a Dios en la concepción del hombre ni de la sociedad, pues no podemos conseguir la perfección.

Acostumbrados a deslindar lo político de lo familiar y cultural, parece que la política sigue su curso sin apenas afectarnos, pero no es cierto. Estos tiempos electorales son una metáfora simple de por todo lo que llevamos pasados en estos siete meses.

De las alegrías de las Navidades a la agridulce Cuaresma, junto con la Semana Santa más fallera de la historia, los Carnavales, la Feria de Abril y el Rocío, amén de la Feria de San Isidro, la del Libro, la del Toro de la Vega, ….hasta llegar a San Fermines, donde raro será que algún toro no nos coja (y menos confesados).

Esta es nuestra España, pero en nosotros está tomar la decisión más adecuada. La de decidir que a pesar de todo, lo que importa es amar en tiempos electorales. Sí, también a nuestros políticos, y por eso, implicarnos en el debate político que no es sólo de los políticos, que han dimitido de él. El mejor voto es por tanto aquel que opta por construir una sociedad civil acorde con criterios humanistas, y los católicos sabemos que a la construcción de catedrales o de proyectos políticos como la Unión Europea, no ha habido hombres que nos hayan igualado, pues nuestros proyectos hablan de alegría y de esperanza y, sin ser perfectos, nos acercan a lo más sublime. Y la abstención, por definición, ni es alegre ni nos habla de esperanza.

No estamos llamados a ser tristes, a abstenernos de la alegría.

Anka Satué. Abogado, emprendedor social y empresarial. Miembro de Principios @ankasatue

Artículo publicado en www.paginasdigital.es.