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Mi pluma levanta el vuelo con la caída del sol. El deseo de luz produce luz, escribe WEIL. Siento la Tierra reír y llorar. Alegría, tristeza, euforia, pena inmensa. En su seno late con fuerza el profundo anhelo de Amor que llevó a DANTE a la eternidad. Y mi Tierra está sufriendo. Verdad universal de insoportable y perpetua unión. Dime, querida mía, ¿la belleza salvará al mundo?

Su tinta rojiza brota tan libre y valiente como el fuego más ansiado en la noche oscura. Instintos que afloran con una gracia encantadora a la par que ingobernable. El caballo galopa triunfante. ¡Allegretto, vivace, presto! Y entonces aparece la razón. El agua de la lluvia equilibra la danza y eleva nuestra condición animal a las alturas de la dignidad. Esa diosa que habla de moral, de valores, de principios. Esa guía preciadísima en el camino hacia el corazón educado que tanto elogia GOMÁ.

Silencio. El caballo modera su tempo. Andante, andante. La violencia desmedida da paso al gozo de la serenidad. SAN AGUSTÍN entra en escena con su idea cristiana del ordo amoris. La mirada cambia desde la cima. Principio sacrosanto, el Amor a la Vida. Que Dios me perdone, si es que no son la misma cosa. Solo su energía nos permite agradecer el milagro con toda el Alma, como si la esperanza de su brillo pudiese sanar las heridas siempre ocultas bajo la máscara social.

El orgullo se desvanece con la entrega de estas líneas desnudas, descubriendo la felicidad tras su propia muerte. Audentes fortuna iuvat. Plenitud en el permanente cuidado y servicio a los demás. Solidaridad. Dime, querida mía, ¿es ese el sentido vital? Siento la Tierra reír y llorar. Llegan las crisis, las pandemias, la enfermedad. Y mi Tierra está sufriendo. El Homo Deus de HARARI cae por su propio peso ante la consciencia de su finitud y vulnerabilidad. La soberbia de vencer o ser vencido, por la humildad de amar y ser amado. Ternura, lo único que nos hace realmente humanos.

Qué bonito contemplar la elegancia rebelarse. También mi palabra y su canto. Una sonrisa honesta, un gesto amable, una caricia sentida, un perdón inmerecido. El baile de unas manos en completa armonía. O los andares ligeros de unos pies descalzos. Elegancia verdadera que se ancla en la integridad de los principios, cuya inherente nobleza queda reflejada en su rendición a este cielo nuestro, que tanto nos quita y tanto nos ha dado.

Cuestión de carácter, mi admirado DOSTOYEVSKI.

Mónica Pulgar,

profesora de Derecho de la UCM