El pasado domingo 25 de septiembre sucedió algo excepcional en la vida política española (casi me atrevería a decir europea) actual: un presidente autonómico revalida su mayoría absoluta en unas elecciones, permitiéndole al Partido Popular de Galicia volver a gobernar en solitario sin necesidad de pactos con tercera fuerzas.
Si vemos el histórico de las elecciones autonómicas gallegas, comprobaremos que esto no es flor de un día. El Partido Popular (antes AP) lleva ganando las elecciones autonómicas de forma ininterrumpida desde el año 1981, y ha gobernado la Comunidad Autónoma durante veintisiete años, por siete de gobiernos socialistas.
Pero, ¿por qué siempre gana el PP en Galicia? En este artículo (sin ninguna pretensión científica) abordaré tres claves sociológicas que ayudan a entender este excepcional fenómeno. ¡Bienvenidos a la Baviera española!
Una cultura financiera basada en el ahorro.
Según datos del Banco de España hechos públicos el pasado mes de marzo, en las oficinas bancarias que operan en Galicia hay más dinero que nunca. Al cierre del pasado ejercicio entre cuentas a plazo, cartillas de ahorro y fondos disponibles, familias y empresas acumulaban más de 55.400 millones de euros, la cifra más alta de toda la serie histórica. Los gallegos -y esto es algo en lo que coinciden todos los altos directivos bancarios- tendemos a la reserva de fondos; somos, también, en cuanto a las finanzas, una Comunidad Autónoma conservadora. Huimos de la renta variable y la inversión típica de nuestra clase media es la adquisición de un piso para su posterior alquiler.
Esos 55.400 millones de euros superan el propio PIB de Galicia y suponen, de media, unos 20.275 euros por gallego. Sin embargo, si se mide el ahorro frente al crédito, Galicia presenta la mejor relación. Por cada euro prestado, hay casi 1,4 reservado, algo que solo les pasa a nuestros vecinos de Castilla y León.
En relación a la morosidad, ABANCA Corporación Bancaria SA, entidad referencia del sistema financiero gallego (controla más del 40% de los depósitos y un tercio del total de prestamos) sitúa su índice de morosidad dos puntos por debajo de la media española del sector.
Viendo como los gallegos gestionamos nuestras finanzas domésticas, no puede sorprender que la política de presupuestos equilibrados y contención del gasto publico, que ha llevado a cabo el gobierno Feijóo en los últimos ocho años, nos resulte familiar y despierte nuestra simpatía.
Sociedad de propietarios.
Uno de los elementos clave en la configuración de la cultura política de un territorio es su estructura de la propiedad. Y Galicia es una sociedad de propietarios; de hecho en nuestra Comunidad Autónoma hay más propiedades que habitantes. Sólo en el medio rural 2,8 millones de hectáreas de suelo acogen 11,1 millones de parcelas. La suma de otros 2,81 millones de inmuebles urbanos eleva a 14 millones el número de propiedades, es decir, a cinco por gallego. Y les aseguro que todas estas propiedades no están concentradas en pocas manos: “Un prado les quedó tan repartido, que si una vaca iba a pacer en él, no podía comer la hierba propia sin tener las patas traseras en la propiedad de otro hermano y los cuernos proyectando su sombra en la de un tercero” [Fernández Flórez, W. , El bosque animado].
Y aunque muchas de estas propiedades -sobre todo las de carácter rústico- generan un escaso valor añadido, nuestro celo en la defensa lindes, derechos y herencia es tal, que ha dado pie a la inveterada costumbre galaica de entablar continuos litigios, las más de las veces por fútiles motivos o absolutas nimiedades.
Esta relación, casi fetichista, que mantenemos los gallegos con nuestros bienes inmuebles unido a la mencionada cultura del ahorro, hacen que a pesar de la presión mediática de los últimos años, a efectos de la opinión pública autonómica, en Galicia la carga de la prueba siga recayendo en quién no paga su hipoteca o alquiler. Ada Colau aquí nunca será un reclamo electoral.
Pesimismo antropológico.
De acuerdo con un reciente estudio del INE sobre indicadores de calidad de vida, los gallegos somos los españoles que menos nos fiamos del prójimo, estamos casi convencidos que si a alguien se le da la oportunidad de actuar mal, así lo hará. También somos los que menos nos fiamos de políticos y jueces; y en lo que a la policía se refiere, sólo nos superan los vascos.
Más allá del tópico, esta fe trágica de los gallegos en la fragilidad de la condición humana tiene su envés positivo: estamos vacunados contra cualquier tipo de utopía política; es por ello por lo que en Galicia nunca acaban cuajando las ideologías. No podemos dejar de escuchar con cierto escepticismo irónico y socarrón a esos líderes políticos que nos prometen el paraíso en la tierra o estrafalarios asaltos al cielo. No nos los podemos tomar en serio.
Y es que la mentalidad del gallego medio comparte muchas de las características que Michael Oakeshott atribuía a lo mejor de la tradición conservadora: “preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica”.
Este ha sido el viento de cola sociológico que Feijóo ha sabido aprovechar de forma inteligente en una campaña en clave autonómica y bien planificada. Esta victoria excepcional, hace de nuestro presidente autonómico un referente ineludible del centro derecha nacional y persona clave para el futuro inmediato del Partido Popular. Y es que como pude leer hace unos meses en Facebook, en un texto que pronto se hizo viral, la historia política española de los últimos cien años podría resumirse como un pleito entre gallegos.
Pablo Rodríguez Gómez. Licenciado en Sociología. MBA y Master en Dirección de Proyectos y Organización Empresaria por IFFE BS. @PabloRguezGomez