“Hay que democratizar la Semana Santa y abrirla a los no creyentes”
La frase no es mía, sino de Sergio Pascual, ex secretario de organización de Podemos, y es en lo que me encontraba pensando en la jerezana noche de Miércoles Santo, mientras el paso del Señor del Soberano Poder reviraba frente a la Capilla de San Juan de Letrán en la que tiene su sede la Hermandad de Ntro. Padre Jesús Nazareno. Durante un breve instante miré a mi alrededor, y vi a gente de diversa edad y condición, silenciosa y expectante ante los izquierdos y movimientos de costero a costero del enorme misterio que representa el momento en el que Jesús es interrogado ante el sanedrín judío para terminar afirmando su condición de Hijo de Dios: “ego sum”.
Cada vez que llega la Semana Santa surgen las mismas voces discordantes. Casi siempre los mismos que, ante la imposibilidad de suprimir el fenómeno, prohibiéndolo, pretenden alterar su sustancia para transformarlo en una realidad que no es: “laico y democrático”, como si la Semana Santa, y en particular la española, pudiera ser reducida a las categorías absolutas de aquellos que han venido a adorar al nuevo becerro de oro “asambleario y transversal”. Frente a ello, ha de recordarse que, al menos en Andalucía, existe una cofradía, la del Silencio de Sevilla, con carta de fundación del año 1340, a las que siguieron otras muchas cuyos fines fundacionales no fueron únicamente los de culto, sino también los asistenciales. Ayer a tuberculosos y mendigos. Hoy a mujeres víctimas de la violencia de género, a familias en paro, y a jóvenes consumidos por la droga. La otra realidad de las cofradías durante todo el año es, bien o mal que pese, la que no se ve.
Las hermandades y cofradías sobreviven al tiempo y al espacio, a las desamortizaciones y a las guerras, a los decretos liberales y a las constituciones republicanas. Las hermandades y cofradías han sobrevivido incluso a la propia Iglesia, y a las órdenes religiosas que hoy en día se extinguen una tras otra. Tras de ellas subsisten una cohorte de oficios antiguos que en otras regiones de esta vieja Europa ya han desaparecido: mientras agoniza nuestra Real Fábrica de Tapices, en Andalucía florecen bordadores, orfebres y escultores; doradores, talabarteros y tallistas; cereros, floristas y vestidores. Como decía una vez hace años: «Allí donde no hay hermandades y cofradías, las ciudades son más grises y tristes». También más insolidarias.
No sé exactamente a qué se refería el defenestrado político de izquierda radical, pero si era a la necesidad de una mayor participación del pueblo en sus tradiciones, es claro que, en realidad, poco conoce nuestra Semana Santa, por mucho que en un pasado ya lejano haya sido costalero de la Hermandad de los Estudiantes de Sevilla. Si además pretende defender una realidad del fenómeno alejada de la fe popular que la caracteriza, es claro que definitivamente esta persona se encuentra muy, muy alejada de la realidad.
Víctor Silva, abogado en Cuatrecasas. @victorjsilva