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Análisis y posibles soluciones del problema catalán

Como continuación a nuestro editorial publicado el 9 de octubre, inauguramos una serie de artículos sobre la situación política y social en Cataluña que nos han hecho llegar varios miembros de Principios preocupados por el desarrollo de los acontecimientos.

No se trata, por tanto, de la opinión oficial de Principios, sino la de miembros y colaboradores a los que hemos querido ofrecer un espacio de opinión libre y plural, que es lo que defendemos en todos los ámbitos de la sociedad.

“Saber quiénes somos no es un simple capricho para filósofos, sino la única manera de tomar las riendas del propio destino.”

Miguel de Ribera

En estos días de grave crisis para nuestra Nación, en que se tambalean nuestra unidad y futuro, los españoles nos sentimos huérfanos de un liderazgo político que aúne a quienes no nos conformamos con contemplar cómo se pisotean nuestra bandera, nuestra ley y nuestra Patria. Hemos tenido que ver cómo se enaltece no sólo el odio a España, sino el desprecio a la ley y a la autoridad; cómo son jaleados como héroes quienes debieran estar entre rejas. Y hemos tenido que ver, además, cómo quienes debieran estar liderándonos, en ocasiones se esconden.

El pueblo, ante esta situación, dice basta. Estamos hartos de que se nos trate como meros espectadores de este drama, de que se nos engañe, de que se nos trate de tranquilizar con llamamientos al diálogo con quien se burla de nosotros. Estamos hartos de impunidad, de que nuestros gobernantes se dediquen a apagar fuegos que debieran haber prevenido, y encima nos pongan excusas cuando sólo alimentan las llamas. Hasta ahora, nos ha podido parecer que contemplar desde el sofá cómo otros nos resolvían los problemas era suficiente. Ya no. La situación en Cataluña ha sido tan flagrante que no pueden ya considerarnos como un pueblo adormilado, encogido. ¡No! España exige una respuesta a lo que está sucediendo, y no seremos los españoles quienes nos escudemos en la comodidad, la apatía, o el silencio cómplice para no hacer nada. Sin embargo, para poder actuar hay que saber bien qué ha sucedido en para haber llegado a estos extremos, cuál es la causa real.

España sufre hoy su mayor crisis de los últimos años, y no es ni una crisis económica, ni social, ni política. Es una crisis de identidad. Cuando hablamos de “identidad”, no nos referimos simplemente a un paquete de valores, o a un acervo de costumbres, o las leyes generales que nos rigen. Una crisis de identidad supone perder aquello que nos individualiza, que nos da nuestro ser original y diferenciado, que nos compone por dentro y nos permite ser identificados por fuera. Desgraciadamente España, a causa de un complejo colectivo, ha renegado de lo que la definía, ahogando los pilares que la sostenían y echando por la borda principios, lecciones históricas, referentes y virtudes rectoras. Hemos entronizado el vacío como lo que nos define, porque nos han convencido de que “ser alguien” es retrógrado, intolerante, xenófobo.

La identidad es aquello que nos dignifica, que nos une como pueblo, que nos perpetúa en la Historia. Saber quiénes somos no es un simple capricho para filósofos, sino la única manera de tomar las riendas del propio destino. Un pueblo sin identidad es un pueblo fácilmente manejable: una marioneta que, en manos de manipuladores, será usada hasta que deje de dar beneficios. Cuando torne inútil la abandonarán a su suerte, y entonces, sin amo ni identidad, ya no será siquiera pueblo: será esclavo de su propia necesidad, pero responsable de su triste destino. Y vamos camino de ese destino.

El cambio ha sido tan rápido que no nos ha dado tiempo a concienciarnos sobre el hecho de que habitamos ahora un cuerpo sin vida. Llegan las crisis, y gobiernos e intelectuales, desconcertados, improvisan a la hora de analizar y diagnosticar nuestros problemas, negando la evidencia: ninguna solución será efectiva mientras no ataque la principal causa de la situación que vivimos en Cataluña, que España no tiene un proyecto común que presentar como alternativa al independentismo.

No podemos seguir pretendiendo convencer a una sociedad desafecta a base de legalidad, hay que volver a enamorar a toda la sociedad con ese proyecto común que llamamos España. Y eso pasa por dejar de mirarnos el ombligo: encerrados en nosotros mismos, subrayando nuestros problemas o exigiendo nuestros derechos, ha sido cuando el país se ha hundido en guerras civiles y nacionalismos. España se define como una proyección, como una patria de sacrificio por un futuro mejor para nuestros hijos. Debemos volver a mostrar a la sociedad que, aunque en lo personal todos pertenecemos a una tierra característica, con sus lenguas, costumbres e historia particulares, esa particularidad se ensalza y torna fructífera cuando la compartimos bajo una misma nación, cuando la ponemos al servicio unos de otros.

Ser castellano, aragonés o valenciano no está reñido con ser español, sino que es su misma esencia. En todos los rincones de España, ser español ha significado siempre la participación en un ideal común, el compartir una misma misión. Vascos y canarios, gallegos y murcianos, andaluces y catalanes han compartido alegrías y pesares, labrado tierras, surcado mares, y creado una cultura de culturas para construir un mejor futuro común para sus hijos, un futuro juntos al que llamaron España. Ser español es poner en práctica esa herencia de siglos de hermandad, en que, a pesar de ser diferentes, todos esos pueblos trabajaban por el bien común. Sin ese sentimiento de unidad, de formar todos parte de algo más grande, es imposible devolver a un convencido independentista el sentimiento patrio que ahora rechaza.

Creemos firmemente que esta sociedad está harta de palabrería vacía, y que demanda urgentemente una base sólida sobre la que empezar a reconstruir España, y un proyecto que no tenga miedo de ofrecerla. Dejémonos tocar el corazón por algo que no sea mera economía. Hubo un tiempo en que España tenía la fuerza suficiente como para encender y empujar los corazones; no nos conformemos con discursos sin contenido, con cerillas mojadas. El momento histórico que nos ha tocado vivir es de una trascendencia especial. No estamos en una época de estabilidad y bonanza, sino en un período de cambios rápidos y turbulentos, donde lo que está en juego es la esencia misma de España.

Si no es ahora, ¿cuándo será? ¿Vamos a esperar a que todo esté perdido, a que nuestra nación no sea más que un triste recuerdo en la memoria? No, el momento es ahora. No es momento de cobardías ni medias tintas; sino de audacia, visión y determinación en defensa de nuestras libertades, nuestra cultura, y hasta nuestra misma esencia. Es el momento de pasar de espectadores a protagonistas, de inclinar la balanza de la Historia. Nos lo reclama el futuro, pero sobre todo nos lo exige el amor que le debemos a esta bella España, que todavía podemos llamar nuestra Patria.

M. de Ribera

11 de octubre de 2017