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Respuesta civil a una crisis global

Cuando en septiembre del año pasado miles de refugiados sirios llegaron a las estaciones de tren de Viena y Hamburgo, procedentes de una larga y dura travesía, fue con los miembros de la sociedad civil austriaca y alemana con lo que se hallaron.

La cuestión de cómo gestionar la llegada de todas estas personas a Europa no es, evidentemente, sencilla. Las emociones provocadas por la continua exposición de sobrecogedoras imágenes, de un lado, y la agitación de los más primarios miedos e incluso odios, por otro, sacuden ambos extremos de un debate de por sí alambicado, haciéndolo aún más aparatoso.

Pero ambas reacciones –la emotiva puntual y la del rechazo xenófobo- nos ponen sobre la pista de dos puntos esenciales, a su vez: el primero, como ha recordado en numerosas ocasiones el propio Papa Francisco, que hoy visitaba en Lesbos a muchas de estas personas, tiene que ver con el origen del problema: la “globalización de la indiferencia”. Se trata de la política del descarte que existe a nivel global, articulada bajo la forma de interminables conflictos armados y correspondida por una rampante indiferencia por parte de los centros de poder político y económico, donde se acumula la mayor parte de los recursos. El segundo punto, esencialmente vinculado con el anterior: la dignidad inalienable de estas víctimas del descarte, cuyo reconocimiento obliga, de inmediato, al rechazo todo intento de criminalización generalizada de estas personas o de su representación deformada, olvidando lo que, como señaló Francisco, realmente son: “personas que, tuteladas en su dignidad, pueden contribuir al bienestar y al progreso de todos cuando respetan el patrimonio material y espiritual del país que les acoge y obedecen sus leyes”.

Ni un pueril idealismo ni una aparentemente sensata clausura preventiva de fronteras responden a los principios de lo que podría denominarse como visión humanista-cristiana de la política migratoria: conviene, efectivamente, no despojar al Estado de una de sus facetas esenciales en tanto que tal, como lo son la regulación y el control de sus límites fronterizos; pero ello no ha de suponer convertirlo en una máquina inapelable e inflexible que ignore la dignidad inalienable de quienes tratan de cruzarlos, máxime cuando lo hacen movidos por imperiosos motivos como lo es la propia supervivencia.

Precisamente, frente a un Estado que, como en este caso, puede resultar insuficiente o, incluso, incapaz, no pudiendo proporcionar respuestas que adecuadamente equilibren el respeto a esa dignidad de los refugiados con la elaboración de propuestas prácticas de gestión de la crisis, es la sociedad civil la que, desde sus muy diversos grupos y movimientos, ha de proporcionar las respuestas, tanto en el más urgente y corto plazo como en el largo y tenaz compromiso de paliar los orígenes de estas crisis.

Es mediante una información adecuada y libre, y mediante un conocimiento adecuado de las causas y los orígenes de estos movimientos de población como es posible articular debates que movilicen y prendan su llama en una sociedad cada vez más activa. Así, frente a ese descarte al que parecen abocadas tantas vidas en travesía, es la sociedad civil, nuestra sociedad civil, la que tiene la responsabilidad y el deber de dar sustancia a los valores que postula, siempre desde la humildad que proporciona la incertidumbre, pero desde la firmeza y la capacidad de acción que confieren los principios.

Miguel Ángel Castaño.Abogado en PriceWaterhouseCoopers

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