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Análisis y posibles soluciones del problema catalán

La crisis catalana no será ni la primera ni la última vez que veamos un conflicto político agudo dentro de este país multicultural y multilingüe que es España. La política se define en parte por el conflicto –es un marco constitucional y político para canalizar y resolver las diferencias entre ciudadanos y grupos–. Pero no todos los conflictos políticos son iguales. Algunos son dotados de un significado especial, porque involucran, en modo más o menos tangible, la identidad política y cultural de sectores importantes de la población.

Por ejemplo, un conflicto sobre las políticas públicas desarrolladas por el gobierno actual de España no tiene por qué llegar a ser un conflicto identitario. Puede ser un desacuerdo entre ciudadanos con un identidad cultural y política bastante parecida, incluso entre ciudadanos del mismo partido. Pero un conflicto sobre si Cataluña tiene o no el derecho de declararse independiente toca la identidad y sentido de pertenencia de todos los españoles y de todos los catalanes, porque lo que está en juego no es solo una política puntual, sino la misma constitución de Cataluña y de España, y el sentido de ser “catalán” y ser “español.”

Cuando nuestro sentido de identidad y pertenencia está en juego, tendemos a buscar la seguridad de un grupo que pueda defender nuestra identidad e intereses. La campaña independentista del gobierno de Cataluña ha puesto en cuestión el sentido de identidad y pertenencia de todos los españoles. Por eso, no es de extrañar que muchos españoles hayan reaccionado con indignación, enfado y resentimiento contra el independentismo catalán. Tampoco es de extrañar que muchos catalanes hayan reaccionado con indignación, enfado y resentimiento contra los obstáculos que el gobierno español ha puesto, una y otra vez, delante de su proyecto independentista.

Los conflictos identitarios son inevitables en un territorio multicultural y multilingüe. No podemos esperar que todos los que tengan un D.N.I. se identifiquen fuertemente con la tradicional narrativa española. Y no podemos esperar que todos los que habitan dentro de las fronteras de Cataluña se identifiquen fuertemente con el ideal de una nación catalana. La diversidad cultural y política no respeta las fronteras. Es un hecho inexorable de la sociedad globalizada y (más o menos) libre que vivimos.

El problema, por lo tanto, no es conseguir que todos se porten como “buenos españoles,” o que todos los ciudadanos catalanes saluden a la bandera catalana, sino conseguir un marco constitucional, social, y político aceptable a los principales sectores de la sociedad. Aunque es inevitable que recurramos a narrativas colectivas para justificar nuestras posturas políticas, este recurso se debería usar con mucha cautela y con un espíritu abierto y no cerrado, sin caer en el tribalismo político y social.

El patriotismo, el amor a nuestra patria, es una virtud, porque implica un auténtico compromiso con el bien común de todos sus habitantes. Pero ese verdadero amor a la patria nos lleva a buscar soluciones sostenibles e inclusivas a nuestros conflictos políticos y sociales. El auténtico patriotismo, a diferencia del tribalismo, no quiere tiranizar o imponer su opinión sobre las masas, sino construir términos de convivencia que puedan cuadrar con las legítimas aspiraciones e intereses de sus compatriotas.

Saber convivir con el desacuerdo y con las diferencias culturales es uno de los rasgos más destacados del auténtico patriotismo. Insistir en la homogeneidad política, social, y cultural, y aprovecharse de coaliciones políticas para aplastar la oposición, es tribalismo. ¡Ojalá podamos superar el tribalismo y cultivar, primero en nosotros mismos y luego en los demás, la virtud del patriotismo, bien entendido!

David Thunder

5 noviembre 2017