¿Por qué, cuando alguien critica nuestro punto de vista o cuestiona nuestros principios, casi nos lo tomamos como un insulto? Opino, luego existo. La tendencia humana de etiquetar personas, de simplificar la realidad para intentar comprenderla, va hasta el extremo de clasificarse uno mismo. En ese sentido, la última campaña electoral en España ha sido demoledora: han surgido posturas aparentemente irreconciliables entre personas que durante muchos años votaron a un mismo partido, y se quejaron de las mismas cosas.
De pronto, nos hemos encontrado con un escenario nuevo, que nos ha obligado a reflexionar y tomar decisiones. Y ha sido una experiencia bastante incómoda, con un resultado incierto, cuando no decepcionante. Ahí es donde surge la tentación de refugiarse en la seguridad de la tribu, y no escuchar a los de fuera. Pero por más que sea una reacción comprensible, no deja de ser una tentación, y nunca una solución.
Durante años hemos hablado sobre la necesidad de hacer primarias en los partidos, sobre la independencia de poderes, sobre la amenaza que representaban los populismos… ¿Ha dejado ello de ser una prioridad? En absoluto. Debemos tener más esperanza que nunca, y ser conscientes de que el camino de la regeneración política bien podía pasar por el momento presente, aunque el ideal aún quede lejos.
Como ha escrito Ricardo Calleja, “Europa es la plasmación histórica –por tanto, imperfecta y abierta– de una convicción: la compatibilidad entre varias formas de entender la identidad personal, a primera vista en conflicto”.
Somos distintos, pero compatibles. Trabajar para la mejora de la sociedad es una obligación moral para cada miembro de esa sociedad. Derecha, centro, izquierda, progresista, conservador… ¿Cómo serían nuestras discusiones sobre política y moral, si no pudiéramos usar esos términos? Quizás sería más fácil buscar un punto de coincidencia, una especie de máximo común divisor, y construir desde ahí pequeños cambios en busca del bien común. Los amigos basan su amistad en una pasión compartida: la poesía, el alpinismo o los perros. Si hablan de fútbol, quizás discutan. ¡Pero su amistad está por encima de eso!
Muchos seguidores de Principios recordarán algunas de nuestras mesas redondas. Para hablar sobre inmigración hemos convocado a una trabajadora de la ONU, a una académica, a un militar, a políticos, a periodistas… Por desgracia, no podíamos aspirar a solucionar desde una mesa la crisis migratoria, pero nos quedó claro que el debate era y sigue siendo necesario. Y que los retos de Principios no se basan en objetivos cortoplacistas como las campañas políticas. Al contrario, Principios se concibió como un faro que debía ayudar a muchos barcos a corregir su rumbo. Y por ahora, ese faro debe seguir alumbrando.
Esta es una de las aportaciones más importantes que nos proponemos de aquí en adelante: dar herramientas para la conversación, facilitar ejemplos de diálogo, de comprensión mutua, de civismo. Nos gustaría seguir el consejo de quien encendió el motor de este proyecto; “revisitar los elementos más originales, ciertamente pre-modernos, de nuestro modo de ser: la identidad inquisitiva, la identidad ordenadora y la identidad responsiva”. Solo es necesario preguntarse por la verdad y tener sentido de responsabilidad. Ser un poco generoso, para salir de la tribu y acercarse a la ciudad… O a las periferias.
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