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Las próximas elecciones europeas son cruciales, no sólo para el futuro del continente, sino también para la esperanza de construir la Europa que soñaron los padres fundadores, basada en el humanismo cristiano y la supranacionalidad .

Pero antes de ejercer nuestro deber como ciudadanos europeos, es esencial entender nuestro punto de partida. Y para este inicial análisis, ya el Papa San Juan Pablo II nos lo dejó muy fácil a principios del nuevo siglo, con su obra «Ecclesia in Europa». A pesar de que fue hace más de 20 años, y en un contexto en el que analiza la situación de la Iglesia en Europa, su relevancia perdura ante las elecciones europeas de 2024.

En su obra, el Papa polaco hace una profunda reflexión sobre lo que debería ser Europa frente a lo que es –el ser frente al deber ser, como diría el filósofo británico– , abordando temas como la familia, la inmigración y la globalización, conceptos que hoy dominan los titulares y debates sobre Europa.

Esto demuestra, una vez más, el acierto del cardenal Wojtyla en su diagnóstico del futuro de Europa. Prueba de ello, son las siguientes palabras, que no hacen sino confirmar el estado en que se encuentra hoy la cultura europea:

«La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera (…) no es extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración de la existencia diaria.

Asistimos al nacimiento de una nueva cultura, influenciada en gran parte por los medios de comunicación social, con características y contenidos que a menudo contrastan con el Evangelio y con la dignidad de la persona humana. De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo, que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de los derechos inalienables de cada uno. Los signos de la falta de esperanza se manifiestan a veces en las formas preocupantes de lo que se puede llamar una «cultura de muerte».

A pesar del paso del tiempo, el diagnóstico de San Juan Pablo II sigue siendo relevante. Para enfrentar esta nueva cultura, que hoy es una realidad predominante, el Papa asignó un papel crucial a las instituciones europeas. Las instituciones tienen como objetivo declarado la protección de los derechos humanos, construyendo una Europa de valores y derechos. San Juan Pablo II instó a estas instituciones a alzar la voz contra las violaciones de derechos humanos, comenzando por el derecho a la libertad religiosa. Enfatizó la importancia de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural y la familia fundada en el matrimonio. Además, pidió abordar el fenómeno de las migraciones con justicia y solidaridad, viéndolas como un recurso para el futuro europeo, y garantizando a los jóvenes un futuro humano a través del trabajo, la cultura y la educación en valores morales y espirituales.

Así, ante este contexto, que ya anunció el Papa a principios de siglo, «Europa está llamada, ante todo, a reencontrar su verdadera identidad», y las instituciones europeas, cuya configuración depende de nuestro voto, tienen un rol determinante.

El próximo domingo, estamos llamados a ayudar a Europa a volver a su verdadera identidad. Debemos contribuir a que Europa reconozca y recupere los valores fundamentales que el cristianismo ha ayudado a adquirir, como la dignidad trascendente de la persona humana, el valor de la razón, la libertad, la democracia, el Estado de Derecho y la distinción entre política y religión.

El 9 de junio tenemos una oportunidad y no podemos desaprovecharla. Depende de nosotros recuperar la esperanza para Europa de la que hablaba el gran San Juan Pablo II.

Miguel Ángel Trillo-Figueroa para El Debate