La región no es una construcción de la imaginación ideológica, es una realidad dada. Una colectividad natural existente en un espacio definido por una o más peculiaridades: geográfica, histórica, económica, lingüística y cultural; dentro de una unidad común más amplia llamada nación, a la que corresponde la soberanía. España es una nación cuya identidad se ha ido conformando desde un origen común: «Hispania romana y visigoda». Rota con la invasión árabe, y vuelta a unir con la reconquista durante ocho siglos. Por eso es indudable que es una realidad plural, en donde existen estas entidades regionales, que no empecen la unidad. Reconocer su existencia y dotarles de autogobierno constituyéndolas en comunidades autónomas no es difícil. La cuestión es darle un sentido político integrador, a lo que los nacionalistas se empeñan en que sea separador: el «hecho diferencial». Ante esto, la actitud intelectual de Fraga exigía un análisis pro-fundo, alternativo a lo que los nacionalistas consideraban fundamento de pequeñas naciones.
Se trataba de encontrar una delimitación conceptual de lo peculiar, lo diferencial; esa realidad fundante de la región que no fuera equiparable a la idea de nación. Él explica cómo por casualidad se topó con el concepto de «autoidentificación». Surge de su actitud reformista y conservadora, pensando en las reformas que había que introducir en la autonomía gallega bajo el principio: «reformar para conservar y conservar para reformar». En 1993, poco después de comenzar su mandato, se cuestiona: ¿Qué tenemos que conservar? y se contesta dejándose llevar de la prosa de Valle Inclán, de la de Pardo Bazán y de la poesía de Rosalía de Castro, como aprendió de su maestro en la Universidad de Santiago, Gonzalo Torrente Ballester. Para definir lo que siempre tuvo presente: el ser; en este caso, el ser de Galicia:
«Tenemos que conservar todo aquello que constituye la autoidentificación de Galicia, todo lo que procede de sus raíces. Es decir: aquellas connotaciones esenciales y existenciales del país gallego sin las cuales sería otra cosa. El ser de Galicia con toda la belleza acumulada de su tradición cultural, ese misterio que ella cela y enseña a su vez: está en primer lugar en el credo de los misterios cristianos. La Galicia cristiana de Santiago apóstol y de Padrón y de todos sus santuarios y devociones, ésta es la raíz vital de Galicia como decía García Martí. Y luego está en todo lo demás». El ser de Galicia anida en su naturaleza, y en lo singular de su cultura: «los bosques animados, las viejas fragas, en montes tapizados de brezo violeta y de ahulada florida de gualda. En ríos flanqueados por breñales esmeraldinos y de abedules que emergen como fantasmas delgados entre la niebla, en corredores hendidos en la roca por la rueda del carro flanqueados de retamales. En costas batidas día y noche por el mar, entre fuertes mareas y nieblas cerradas». En su romántica y bucólica descripción, continúa afirmando que el misterio alienta en el ser de Galicia: «población dispersa dentro y fuera de su territorio. Pueblo de varias mezclas por donde pasaron íberos, celtas, semitas, latinos y germanos. Gente movida de una especial vocación misionera, marinera, pescadora, cazadora, emigrante y trotamundos. Humanidad de mirada profunda, abisal en los dulces ojos de la mujer gallega. Espíritu ensoñador e imaginativo mecido en la vaga sensación de la soledad y estremecido en la infinita llamada de la nostalgia». No ceja en su descripción identitaria, y continúa con la lengua: «Cultura con lengua propia. Lengua de matriz latina pero engalanada con palabras traídas del portugués, del francés, y del italiano, así como del alemán y del inglés, y con expresiones acarreadas del fenicio y del hebreo, y también de los dialectos amerindios y afrocubanos, que también traen palabras los emigrantes». Con su exuberante discurso no rechaza el tópico y la realidad qué otros recelan de Galicia:
«Cultura de discurso deliberadamente ambiguo, pero incitante de dubitaciones y muy exigente de interpretaciones»
La cuestión lingüística se ha lanzado en alguna ocasión como arma arrojadiza contra Fraga, acusándole injustamente de imitar a los nacionalistas. Fraga siempre dijo que era partidario del bilingüismo: «Un bilingüismo enriquecedor; en la existencia del gallego y el castellano en un plano de libertad y de igualdad, en un respeto por la realidad, apoyando y dignificando la lengua gallega, pero sin imposiciones, con la normalidad con que se expresa nuestro pueblo». No obstante, la tentación de la «inmersión lingüística» nacionalista se ha contagiado en alguna ocasión a Galicia y a otras regiones, con detrimento del «bilingüismo amable» y libre que debe existir en todo el país. Como exige la Carta Europea de las Lenguas Regionales y Minoritarias (CELRAM), suscrito por España en 2001. De acuerdo con ella, la libertad de elección de lengua es el primer principio que debe respetarse; pues, el tratado fue concebido para proteger las lenguas regionales, no para perjudicar la lengua mayoritaria de la Nación.
Jesús Trillo-Figueroa Martínez-Conde para La Razón
Abogado del Estado y escritor.