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Análisis y posibles soluciones del problema catalán

Como continuación a nuestro editorial publicado el 9 de octubre, inauguramos una serie de artículos sobre la situación política y social en Cataluña que nos han hecho llegar varios miembros de Principios preocupados por el desarrollo de los acontecimientos.

No se trata, por tanto, de la opinión oficial de Principios, sino la de miembros y colaboradores a los que hemos querido ofrecer un espacio de opinión libre y plural, que es lo que defendemos en todos los ámbitos de la sociedad.

“Una sociedad segura en sus principios e identidad, será capaz de acoger y enriquecerse con las aportaciones positivas de tantas otras formas de afrontar la existencia y, a su vez, de ofrecer a los demás su propia contribución.”

Santi López

La situación precipitada en Cataluña durante las últimas semanas ha generado un gran estupor entre personas y medios de comunicación de todo el mundo. Voces más autorizadas que la que escribe han ofrecido -y seguirán ofreciendo- en este foro y en otros muy diversos, opiniones sobre la génesis y posibles escenarios futuros del que algunos han etiquetado como desafío independentista, pero por si resultara de interés, quisiera señalar ahora algunas impresiones desde el punto de vista de un español por el mundo.

La primera sensación que ha producido la evolución de los acontecimientos ha sido de sorpresa y desconcierto: pese al auge de los movimientos nacionalistas en diversos lugares de Europa, el ciudadano de a pie sigue teniendo la conciencia del valor de la unidad y de la concordia como fundamento de estabilidad y prosperidad, como ha demostrado la Unión Europea -con sus aciertos y errores- contribuyendo a un periodo de paz que quedará en la historia de nuestro viejo continente. Cierto es que será unidad en la diversidad, pero hemos visto y experimentado que es posible, aunque para lograrla haya que ajustar diversos parámetros.

En esta línea, tampoco se escapa de esta dimensión la realidad de que España es el estado europeo que más tiempo lleva conservando sus fronteras históricas. En cualquier caso, y pese a los citados nacionalismos, el Brexit u otras realidades de tendencia semejante en diversos puntos del globo, se es consciente de que la globalización, aunque puede producir movimientos excluyentes en defensa de la propia identidad, también es capaz de ayudar a enriquecerla con la de culturas y valores positivos de cercanos y lejanos: una sociedad segura en sus principios e identidad, será capaz de acoger y enriquecerse con las aportaciones positivas de tantas otras formas de afrontar la existencia y, a su vez, de ofrecer a los demás su propia contribución. Y en todo europeo existe la convicción de que los catalanes tienen una especial capacidad para ello.

Esto lleva a que muchos, con la debida prudencia ante unos hechos que consideran especialmente delicados, se hayan acercado a preguntar por qué quieren independizarse de España: en estos días es una conversación que se recoge al vuelo fácilmente por las calles y en casi cualquier circunstancia.

Un segundo aspecto que desconcierta y preocupa hace referencia a lo que me parece que son dos realidades íntimamente relacionadas. La más evidente es que los -hasta ahora- dirigentes legítimos de la comunidad autónoma, hayan querido dar los pasos que estimaron oportunos para declarar la independencia al margen de la legalidad, queriendo a su vez adoptar una apariencia de corrección y defensa de la democracia y la libertad. La propaganda realizada ha tenido sus efectos en la opinión pública, al menos en primera instancia pero, como era de esperar, al profundizar en la realidad, la primera impresión no ha conseguido sostenerse demasiado tiempo. Por otro lado, el cerril propósito de alcanzar la ansiada independencia a toda costa, ha llevado a repetir medias verdades o falsedades flagrantes que no es posible que resistan una crítica medianamente sana. Es obvio, pero no superfluo, considerar que actuaciones en las que la legalidad es violada en base a la afirmación de realidades tergiversadas, conducen a situaciones muy alejadas de la verdadera libertad y democracia que sus mismos autores o defensores enarbolan. Y esto no se escapa a la consideración de la mayoría.

Queda claro, sin embargo, que existe un problema serio y que resulta preciso afrontar a fondo, llegar a la verdadera realidad de la sociedad catalana y tomar las medidas que sean precisas para que la convivencia resulte lo que debe ser: una fuente de valor, de riqueza, que va más allá de una mera cuenta de resultados al final del periodo fiscal. La desestabilización de los mecanismos democráticos que los dirigentes han forzado en estas últimas semanas, ignorando consciente o inconscientemente que no contaban con una base real suficiente para sus propósitos, ni legal, ni económica, ni social, ha producido una brecha en la sociedad catalana que la mina a ella misma principalmente. No lograrán sus propósitos a corto plazo, y probablemente tampoco en el largo, pero su actuación, realizada con una lógica muy particular, ha creado una división, unas heridas en el seno de la región, que costará sanar. Sin embargo, es imprescindible que todas las partes involucradas en esa fractura, con las debidas cesiones por cada lado, sean capaces de restablecer la concordia para volver a construir lo que todos deseamos: una Cataluña fuerte, que defina su identidad considerando con objetividad las diferencias pero también las coincidencias con el resto de España, de Europa y del Mundo, y que de esta forma sea capaz de recibir y aportar enriquecimiento cultural, en el seno de una sociedad abierta.

Esto es a todas luces una tarea que comienza en cada familia, en cada grupo de amigos, oficina, club deportivo o negocio, porque solo de esta manera, las instituciones que han empujado con contundencia hasta llegar al punto en que nos encontramos, entenderán que la sociedad catalana es la que debe mandar, y ellos deben estar a su servicio, no por encima de ella.

En este punto me remito a lo que desde esta plataforma de Principios se lleva repitiendo desde hace tiempo: nuestro país y nuestra política necesitan una sociedad civil fuerte, unos ciudadanos que sepan hacer valer sus derechos y ser escuchados, que asuman la responsabilidad de sacar adelante su propia realidad sin dejar que otros tomen las decisiones por ellos, que sepan hablar, y gritar si hace falta. Ahora ha sido necesario, y es claro el efecto que han tenido las movilizaciones y las acciones de diversas entidades y empresas: este es un buen momento para darse cuenta de que es imprescindible vivir la realidad política como propia, de que es la única manera de hacer que cambie y se ponga al servicio del individuo, del ciudadano, de la persona. Así construiremos una sociedad fuerte, plural, madura, donde todos quepamos, también -desde luego- Cataluña.

Santiago López

21 de octubre de 2017