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Conocí el poema Txoria txori hace un par de veranos, gracias a mi amigo J.A., gasteiztarra y peneuvista de carné. Entre nosotros la concordia siempre fue posible −aún hoy−, y a finales de aquel mes de agosto, me compartió el poema de Artze mientras tomábamos un par de riojas y hablábamos sobre la amistad. Yo acababa de leerle Elegía, de Hernández, y él reconvino con estos versos en su euskera materno. Al traducirlos para mí, el poema me pareció uno de los retratos más hermosos sobre lo que significa querer bien, presentado con una sencillez casi catequética. 

Elegía me sigue pareciendo un mucho mejor poema −qué duda cabe−, pero en sus escasas dos estrofas, Txoria txori ofrece una profunda reflexión sobre la libertad y el amor, conceptos que se entrelazan hasta unificarse en la amistad. Sin otros recursos que la metáfora y la aliteración, con un pájaro como único protagonista, el poema ilustra cómo el deseo de posesión puede corromper la esencia de lo amado. Así, en su primera estrofa, leemos:

Este respeto superlativo por la libertad del otro resulta una condición de posibilidad para que el amigo sea tal. Cualquier intento de posesión desdibuja completamente lo que la amistad es, secuestrando la individualidad del amigo para transformarlo en un objeto, al que difícilmente se puede querer de verdad. Uno no querrá al amigo, porque el amor −la amistad− no se puede profesar hacia las cosas. Y el afán posesivo conduce a cosificar al otro («habría sido mío», nos dice el poema) y a caricaturizar la amistad.

Querer bien −es decir, el bienquerer− exige como presupuesto ineludible el respeto y la aceptación. El deseo de poseer al pájaro, cortándole las alas, constituye un ataque directo contra ambos pilares. Implica una rebelión, porque, en el fondo, se está luchando contra la verdadera naturaleza del pájaro. La segunda estrofa del poema esboza con absoluta precisión la ontología de este fenómeno: 

En la amistad, pretender cambiar o rebelarse contra la identidad única y la libertad del amigo equivale a dejar de quererlo. Supone poner nuestro (desordenado) afecto no en el otro, sino en algo que el otro no es («Pero así, / habría dejado de ser pájaro»): esa imagen que de él nos hemos hecho y en cuyo molde pretendemos que encaje; su individualidad libre de aquello que en él no aceptamos, pero que lo constituye; o la esclavitud en que se convierte el ver la libertad del amigo como un obstáculo. 

Txoria txori nos enseña que no, que querer implica también −¡primero!− aceptar la libertad del otro, la individualidad del amigo tal como Dios la pensó. Libertad −ese tesoro incalculable, esa perla maravillosa que sería triste arrojar a las bestias, como la definía aquel santo español− e identidad se elevan a la categoría de axioma en el otro: él es así o no es. Y quererle entraña hacerlo con −y no a pesar de− su libertad e individualidad. Intentar suprimirlas o adaptarlas a nuestra conveniencia −es decir, cortarle las alas− significa dejar de amar al amigo. O, lo que es peor, supone que la amistad se transforme en una malquerencia inconsciente que, aunque exenta de malicia, no deja de ser hostil.

Víctor J. Lana

Abogado