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Fuente: Reuters

«¿Y ahora qué?» es la pregunta que resuena en la cabeza de todos los venezolanos que el 28 de julio de 2024, ejercieron su derecho al voto de forma cívica contra el régimen totalitario de Nicolás Maduro. También en la de aquellos que, como yo, se encuentran lejos de lo que una vez fue su hogar, imposibilitados de materializar en una papeleta su apoyo a la oposición representada en las urnas por Edmundo González. La nación se halla en un momento crucial, donde la esperanza de un futuro libre se enfrenta a la opresión de un presente incierto, y millones de voces claman por la justicia, la libertad y la dignidad humana.

El día después de las elecciones, un déjà vu inquietante se apoderó del país. Las calles se llenaron de protestas y cacerolazos, una respuesta casi ritual a los resultados presidenciales que prometían ser diferentes, pero que dejaron al pueblo con un sabor amargo de esperanza incumplida, al que desgraciadamente está acostumbrado. Aún así, son muchos los factores que legitiman el pensamiento de que esta vez el cambio está más cerca, como las indiscutibles evidencias del resultado fraudulento emitido por el Consejo Nacional Electoral (CNE), autoridad controlada por el gobierno, que coronó a Maduro como presidente de Venezuela por tercera vez consecutiva con un presunto 51,2% de los votos. Ayer María Corina Machado, líder de la oposición, informó que la Unidad tenía la mayoría de las actas electorales en su poder, y con ello la victoria de González por más de 3,5 millones de votos, ridiculizando el resultado del CNE.

El escepticismo sobre la efectividad de unas elecciones en dictadura es comprensible. Sin embargo, como Machado expresó en una entrevista, los venezolanos están librando esta batalla con el corazón en el cielo; pero pisando el suelo. Aunque la esperanza puede ser traicionera, el fraude de Nicolás Maduro no fue una sorpresa, sino el desenlace más predecible de unas elecciones bajo un régimen opresivo decidido a mantenerse en el poder «por las buenas, o por las malas». Pero es un régimen que hoy internamente se encuentra más débil que nunca, enfrentándose a una población unida por nada más y nada menos que por su tendencia humana de realizarse dentro de una comunidad.

A día de hoy hay muchas incógnitas por resolver acerca del futuro de Venezuela, pero se pueden sacar análisis valiosísimos de los acontecimientos que protagonizan el presente del país: en un paradigma mundial de polarización, el pueblo venezolano emerge como un ejemplo de unión y compromiso cívico que revaloriza el sistema que mejor hace justicia a nuestra naturaleza como animales políticos, la democracia, actualmente en decadencia en Occidente.

A través de largas filas antes del amanecer y coros multitudinarios cantando «¡queremos votar!», los ciudadanos se mostraron fuertes ante los innumerables obstáculos que impedían el derecho al sufragio y la transparencia, como el bloqueo del acceso a los centros y la expulsión de observadores electorales. Así, el 28 de julio de 2024 se muestra como un hito no sólo para la historia de Venezuela, sino como un ejemplo mundial de concordia ciudadana en una era de fragmentación social, que otras muchas poblaciones deberían seguir en este año electoral. 

La estrategia de la oposición de derrocar una dictadura de forma constitucional, aunque a primera vista ingenua, no es nada más que una muestra de valentía, de compromiso con la verdad y de la buena voluntad del pueblo tras décadas de sufrimiento; así como el comienzo de una larga y dolorosa transición. 

Mientras escribo estas líneas son muchas las notificaciones que saltan mi pantalla anunciando heridos, muertos y presos políticos en las calles venezolanas, como lleva sucediendo en las diferentes protestas desde 2002. Y es que no hay manual que indique los pasos a seguir para efectivamente acabar con la dictadura que ha atormentado nuestro país por 25 años. Pero aún así, la oposición y los venezolanos han conseguido una organización y un apoyo sin precedentes que permiten afirmar que esta vez, donde no se huele un aire de desesperación y enfrentamiento, sino de absoluta certeza de lo lejos que nos va a llevar la verdad que la oposición tiene en su poder, es diferente.

Por eso, a la pregunta de “¿y ahora qué?” que hoy nos atormenta, se responde lo siguiente: la lucha sigue. Continúa eso que empezó con un ejercicio cívico histórico el 28J, cuyo éxito queda reflejado en las actas electorales digitalizadas que reflejan la verdad y la arrolladora victoria de Edmundo González ante todos los que observan a Venezuela desde otras partes del mundo. Es fundamental que, como nunca, la comunidad internacional presione para conseguir la salida de Nicolás Maduro y su régimen, así como que los venezolanos se mantengan organizados y unidos en la lucha por la libertad que apenas comienza.

Andrea Blavia Guédez

Estudiante de Política, Filosofía y Economía (PPE) en la Universidad de Navarra