La Consejería de Políticas Sociales de la Comunidad de Madrid ha decidido sancionar con una multa de 1.000€ por una infracción leve (de la Ley autonómica 3/2016, de 22 de julio, de Protección Integral contra la LGTBIfobia y la Discriminación por Razón de Orientación e Identidad Sexual) al director de un colegio católico, por criticar en una carta la ideología de género comparándola con ideologías totalitarias. Ahora el director del colegio dispone de quince días para presentar alegaciones.
Totalitarismo soft
En un post reciente se hizo la distinción entre el totalitarismo hard y el totalitarismo soft aclarando tres cosas fundamentales: 1) que ambos son totalitarios en el sentido de que pretenden determinar la vida social y moral desde la esfera política; 2) que hay sin embargo diferencias fundamentales en cuanto al uso externo de la violencia, por ejemplo, y que uno no lleva necesariamente al otro; 3) que no conviene atacar al totalitarismo soft comparándolo con el hard, aunque pueda aprenderse de los que han hecho la resistencia a los regímenes totalitarios. Pero esto en ningún caso justifica que comparar la ideología de género con el nazismo deba ser objeto de sanción. Las divergencias de opinión no se deberían resolver con multas.
La ideología de género es la nueva frontera de las guerras culturales en nuestros países occidentales. A ambos lados del frente unos y otros toman posiciones. En España ha habido una loable iniciativa de diversas asociaciones para crear una plataforma por las libertades contra la ideología de género. Mientras, en diversas comunidades autónomas se aprueban legislaciones que fomentan el adoctrinamiento en la teoría del gender en el ámbito escolar, y en los medios de comunicación y culturales se normalizan sus consecuencias.
El payaso de Kierkegaard
El compromiso militante para alertar contra los peligros de ciertas ideologías no lo tiene nada fácil. Es David contra Goliat. Por eso, como recomendaba el cardenal Newman a los obispos ingleses ante el auge del liberalismo secularizador en la sociedad de entonces, los que dan esas batallas “deberían usar más la razón y menos la fuerza, sobre todo cuando no la tienen”. Aquí queremos hacer un ejercicio que ayude en ese sentido, sin que deba ser interpretado como una crítica o pretenda llevar “del análisis a la parálisis”.
Una llamada de atención viene propiciada por la conocida “parábola del payaso” de Kierkegaard, que el viejo Ratzinger aplicaba al riesgo que el cristiano corre en la sociedad cuando trata de alertar del peligro de la deriva secularizadora:
“Un incendio se declaró entre los bastidores de un teatro. El payaso salió al escenario para avisar al público. Pero éste creyó que se trataba de un chiste y aplaudió gustoso. El payaso repitió el anuncio y los aplausos fueron todavía mayores. Así creo que perecerá el mundo: en medio del aplauso general de la gente respetable que pensará que es un chiste”.
Para evitar hacer el payaso a propósito de la ideología de género, es preciso no hacer sonar -por enésima vez- las trompetas del Apocalipsis a destiempo, y actuar con lucidez, cordialidad, sensatez, astucia y paciencia. Aquí desarrollamos un poco esas cinco actitudes. (Vaya por delante que poner una multa a ese buen señor es una verdadera payasada, que habría que escenificar adecuadamente a su tiempo).
Lucidez
En primer lugar pensamos que es necesario comprender con lucidez lo que subyace a la ideología de género. Un ejemplo de esto lo tenemos en la visión de Benedicto XVI, citado a este respecto por Francisco hace poco tiempo en un encuentro con obispos polacos :
“En Europa, América, América Latina, África, en algunos países de Asia, hay verdaderas colonizaciones ideológicas. Y una de estas —lo digo claramente con «nombre y apellido»— es el gender. Hoy a los niños —a los niños— en la escuela se enseña esto: que cada uno puede elegir el sexo. ¿Por qué enseñan esto? Porque los libros son los de las personas y de las instituciones que dan el dinero. Son las colonizaciones ideológicas, sostenidas también por países muy influyentes. Y esto es terrible. Hablando con Papa Benedicto, que está bien y tiene un pensamiento claro, me decía: «Santidad,.Es inteligente. Dios ha creado al hombre y a la mujer; Dios ha creado al mundo así, así, y nosotros estamos haciendo lo contrario. Dios nos dio un estado «inculto» para que nosotros lo transformáramos en cultura; y después, con esta cultura, hacemos cosas que nos devuelven al estado «inculto». Lo que ha dicho el Papa Benedicto tenemos que pensarlo: «Es la época del pecado contra Dios creador».”
Esta perspectiva que hace referencia a la Creación puede sorprender a algunos, que prefieren referirse a argumentos “de ley natural” o a referencias socialmente compartidas a principios jurídicos universales como la dignidad humana.
Sin embargo, como se explica en otra parte , la diferenciación entre varón y mujer -durante tanto tiempo dada por evidente- no viene explicada ni abarcada por el principio racionalista de la dignidad humana, ni los argumentos de derecho natural tienen fuerza desvinculados de la concepción de la naturaleza como creación. La dignidad humana es precisamente el campo de batalla entre dos posiciones incompatibles: la que impone límites y orientación a la acción humana (cristiana y en cierto sentido kantiana), y la que considera que la dignidad estriba precisamente en lo contrario, como propone el expresivismo moral. Esta segunda es la que viene haciéndose presente en las sentencias de las jurisdicciones constitucionales de nuestros países. Por tanto, también en esto han saltado por los aires los “consensos fundacionales” y estamos desprovistos de un terreno común o autoridad a la que apelar. Por supuesto, cualquier nueva declaración de derechos que hoy se apruebe -universal, en una reforma constitucional española o en una nueva constitución catalana, por ejemplo- pondría de manifiesto ese desacuerdo moral.
La lucidez exige darse cuenta de que estamos ante un “punto Tolkien” del debate moral (“The Lord of the Rings / is one of those things / that if you like, you do / and if you don’t you boo“). Como diría MacIntyre, las posiciones en esta materia son inconmensurables. Adoptar una o la otra no es por tanto el resultado de un argumento lógico dentro de premisas compartidas, sino un salto en el vacío que se parece más a una conversión que a un convencimiento.
Cordialidad
¿No es esto razón para salir corriendo al escenario alertando del incendio devastador? La lucidez intelectual puede cegarnos. Por eso es necesaria una segunda actitud: la cordialidad. En esto el Papa Francisco es un gran ejemplo, como también lo era Benedicto.
Esos desencuentros radicales entre ideas no determinan la capacidad de encontrarse amistosamente con las personas. Las relaciones personales deben pasar por el corazón, no solo por la cabeza: deben ser cordiales. Esto es algo más que simple politesse o fair play. Es la convicción de que las personas son más que sus ideas. Y también, por qué no, la certeza de que algunas verdades resuenan siempre en lo más hondo de los corazones, aunque no quepan en las cabezas. Pero los ritmos del corazón no son los del silogismo.
Por eso dejarse llevar por la lucidez puede ser tremendamente inhumano. Y es desde luego inútil para lograr ayudar a las personas a descubrir su verdad. Verdades como puños, ideas fulgurantes, retórica contundente. Nada de eso ayuda en realidad. Casi siempre son formas de hacer el payaso, o de predicar al coro.
Eso sí, pueden ser muy liberadoras psicológicamente, uno puede sacarse las ganas de decir lo que había que decir, sin matices ni tapujos, sin represiones externas ni internas. Pero eso, ¿a quién sirve? ¿Con quién queremos comunicarnos en realidad? Y es aquí donde hace falta sensatez.
Sensatez
Uno puede pensar que detrás de la ideología de género u otras corrientes está “el demonio”. Podemos incluso tener la convicción de que quienes promueven ciertas agendas ideológicas lo hacen con verdadera malicia, o al menos con una explícita voluntad de agredir o debilitar a la Iglesia católica y su idea de un Dios creador que nos ha puesto en un jardín con límites.
Pero relacionarse con las personas o intervenir en el debate público como si todos los que piensan de esa manera participaran de esa malicia que puede haber en algunos, es sencillamente insensato. La realidad es que la mayor parte de la gente se suma a estos trenes porque piensa honradamente que llevan a un destino que es valioso: la emancipación de la persona, la superación de formas tradicionales caducas… y sobre todo hoy en día hacer justicia con las víctimas de la violencia y la discriminación. Algo tan cristiano como el respeto a la víctima. Y bueno, también es verdad que mucha gente “sigue a cualquier cosa que se mueva”, como dice Enrique VIII en A Man for All Seasons; y cambiaría de opinión en un día si eso dice la mayoría.
La sensatez exige saber a quién hablamos y qué esperamos conseguir al dirigirnos a ellos. Conscientes del riesgo de que se malinterprete nuestro mensaje o nuestra intención. A los que comparten nuestra posición, debemos hacer llegar un mensaje de claridad, que refuerce sus convicciones. Pero sin activar actitudes menos positivas. Y para eso es precisa la transparencia: el ejercicio de hablar siempre en el mismo tono positivo y comprensivo, como si las personas más lejanas estuvieran presentes, pero sin adulterar el mensaje.
Si damos prioridad a la cordialidad, el público más importante no será un grupo social, sino personas concretas que nos rodean: familiares, colegas, amigos, conciudadanos. El discurso que enarbolemos debe servir para hacer posible el encuentro amistoso, aunque sea disidente. Hay muchas formas de decir lo que uno piensa que no ofenden, que no derriban puentes. Pero suelen requerir autocontención, sutileza… y astucia.
Astucia
Hemos avanzado mucho en la comprensión de la psicología de la comunicación. El medio es el mensaje, el tono de la voz, el lenguaje corporal, las palabras usadas y los marcos de referencia que estas activan, las referencias, etc… Todo eso comunica y es preciso usarlo con astucia.
Por ejemplo, el Papa Francisco en las palabras citadas enmarca el tema del gender en un marco diverso al de las guerras culturales tan divisivas, y en el que él es un exponente creíble: la colonización ideológica. Más aún, como sabe que va a tener que lidiar con estos toros, no tiene inconveniente en mostrar su cercanía personal con personas de tendencias homosexuales y transexuales. Y en tomarse con ironía a sí mismo: “¿quién soy yo para juzgar?”.
Por supuesto, desde un punto de vista racional el argumento ad hominem es una falacia. Pero en comunicación es clave quién comunica, cómo es percibido. Y los relatos que rodean a una persona o a un grupo son difíciles de cambiar. Una vez tienes puesto es sambenito -por injusto que sea- poco puedes hacer para cambiarlo. Y desde luego no ayuda que insistas en el tono, las formas y los temas que te han valido esa etiqueta. Por eso es una exigencia de la astucia no hablar si uno no va a conseguir comunicar y pasar el micrófono a quien vaya a ser escuchado, aunque lo que tenga que decir sea menos preciso o completo. Es preciso buscar aliados, y darles protagonismo. Por ejemplo, ante la actitud claramente antiliberal de esta nueva inquisición, ¿no habrá voces de liberales clásicos que se unan a quienes defendemos la libertad? De hecho las hay, como empieza a pasar en Estados Unidos en la defensa de la pluralidad en los campus universitarios.
Esto es aún más importante si se considera el mecanismo psicológico del victimismo. El victimismo es, insistimos, como se ha explicado en otro lugar , una actitud que es posible solo en una sociedad cristiana o postcristiana. Cristo en la cruz es la víctima inocente, inmaculada. Quien se identifica con él por ser víctima queda a salvo en nuestra cultura de cualquier ataque o crítica, como dicen los anglos, tiene el higher moral ground. Y quien se atreva a poner en duda a la víctima queda convertido en verdugo injusto, y objeto de la única intolerancia aceptable en nuestra sociedad. Acercarse a una víctima, y a una sociedad hiper-sensibilizada, con argumentos pero sin sensibilidad en la yema de los dedos, es como meterse en un avispero.
Una manifestación de astucia básica es por eso la auto-ironía. Ser consciente de nuestros propios prejuicios y del peso de la historia, y de la imagen que tenemos ante los demás. Es no tomarnos demasiado en serio y no blandir juicios demasiado severos. No convertir los debates en algo demasiado solemne. Lo de antes: no tocar las trompetas del Apocalipsis a destiempo. Es preciso trabajar con paciencia…
Paciencia
Detrás de la ideología de género no hay una ocurrencia de un día, sino un fenómeno cultural profundo y viejo, mezcla de expresivismo individualista y emancipador, identidades colectivas y victimismo postcristiano.
Los ríos no cambian de sentido fácilmente. No es razonable esperar un golpe de péndulo inmediato. O más bien: no es razonable esperar que ese golpe de péndulo suceda a todos los niveles. Bien pudiera pasar que ciertos estratos de la población se den cuenta de cosas mientras el resto sigue en su fiesta loca mientras se acercan embriagados al precipicio.
En cualquier caso es conveniente reconocer que la política es epifenómeno, efecto, no causa. Los problemas de los que hablamos no son políticos, ni son solo españoles. La eficacia de los medios políticos, de la “fuerza” de la que hablaba Newman, es muy limitada. Y puede ser contraproducente si activa el miedo ante la represión moral, una historia que quizá no merecemos pero que arrastramos.
La paciencia, como define Santo Tomás de Aquino, es “la fortaleza para no dejarse llevar a un desordenado estado de tristeza ante la presencia del mal”. Es decir, la paciencia exige sufrir, no es indolencia ni pasividad. Pero es imprescindible para dar una respuesta no desordenada, precipitada, violenta, inadecuada, al mal que nos embarga de preocupación.
No doblar la rodilla
Por supuesto abundan aquellos a los que -disueltos en un emotivismo buenista- todo les parece lo mismo. Pero ese panorama tampoco justifica perder la paciencia, pues si perdemos la serenidad desaparece también la cordialidad, la sensatez y laastucia. Porque es compatible ser lúcido e impaciente. Como también cabe pasarse de paciente, de sutil, de sensato… quizá por miedo a hacer el payaso. Este es el juego de las siete y media.
Si a pesar de todo el esfuerzo por ser sensatos y positivos uno se queda frente a los sacerdotes de Baal o los funcionarios del emperador, que le exigen poner incienso en sus altares, sin ofrecer alternativa… entonces sí ha llegado la hora del martirio sin paliativos, y de no preparar nuestra defensa para dejar hablar al Espíritu Santo. Pero hasta que llega ese momento extremo es mejor aplicar otros mandatos evangélicos: “negociad mientras vengo”, “sed astutos como las serpientes”, “haceos amigos con las ganancias injustas”. Como hizo el gran mártir de la conciencia, Santo Tomás Moro, que evitó mientras pudo el martirio.
Y si llega la hora de padecer el martirio, estamos a tiempo de usar la astucia para sacarle partido y poner en entredicho a quienes lo aplican -no al verdugo, que seguramente hace su trabajo lo mejor que puede. Es la estrategia de la desobediencia civil de Martin Luther King Jr. Lo que no es cristiano aunque lo parece es la victimización, el uso de los mártires como arma arrojadiza.
Pero volvamos al principio: En serio, Cifu, ¿una multa de 1000 € por una carta sobre la ideología de género? Aquí hay gente haciendo el payaso, más que incendiando un circo.
No estoy de acuerdo. La posición de tibieza es la que ha adoptado la mayor parte de la sociedad que no se encuentra en el espectro del progresismo y nos está llevando a que los avances sean siempre hacia el mismo lugar, hacia aquellos que presentan las posiciones radicales para después defender un avance intermedio que terminan consiguiendo.
Hola chic@s: Os veo algo perdidos, así que igual os sirve lo que pongo aquí. Y si no, pues no. Muy brevemente: cada vez que leo algo vuestro me siento confusa, cuando no aburrida, cuando no molesta. Un consejo (si es que los jueces y guardianes de la Auténtica Verdad que parecéis ser, aceptáis consejos): no seáis tan ofensivos con «los vuestros» y quitadle un par de toneladas de ese orgullo supurante que rezuman vuestras soflamas y que Les Luthiers ironizaron magistralmente: «Yo que SÍ se….». Podía ser vuestro lema, joder. «Nosotros SÍ sabemos». Quizá -hablo en serio- deberíais plantearos disolveros, porque sois total, absoluta y esencialmente contraproducentes. Vuestra filosofía no tiene forma de plamsarse de ninguna manera. Vuestros «principios» son «finales» en una especie de chiste malo. ¡Si al menos fuesesis idealistas!. Pero ni eso. Sois de un pesimismo plomizo y pseudo-mojigerado que ahuyenta. Molestáis, vamos. Espero que os ayude. Una «payasa».