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Vientres-en-alquiler

No existe un verdadero debate sobre la maternidad subrogada. Solo eso debería ser motivo de preocupación para los que están comprometidos con una opinión pública sólida, capaz de resistir a la manipulación emotivista de nuestra deliberación política, cuyos efectos vemos por todas partes (y tanto lamentamos cuando se trata de Trump).

Lo mejor que hemos tenido en nuestro país ha sido el intercambio entre Juan Ramón Rallo, un conocido libertario económico, y Francisco Contreras, un sólido intelectual conservador, catedrático de filosofía del Derecho. También han sido interesantes algunas aportaciones inesperadas al debate por parte de autores como Fernando Savater.

Hay un motivo de perplejidad que nadie puede evitar: la defensa del vientre de alquiler tiene una raíz claramente libertaria. La filosofía libertaria es radicalmente individualista, y anula todos los fundamentos de la política económica y social de la izquierda, así como los principios básicos de la ética social cristiana, como el bien común. Y sin embargo, algunos consideran este “nuevo avance” de la “libertad” como algo progresista.

Para justificar los vientres de alquiler hay que saltarse unas cuantas vallas morales y jurídicas que hasta ahora impedían que se ofrecieran ciertos servicios en el mercado, por ser considerados inaceptables.

Por supuesto todos comprendemos los buenos sentimientos que motivan el deseo de tener un hijo. Pero eso no significa que todos los demás deseos y derechos de los demás tengan que ponerse en entredicho. Y sobre todo, es preciso ser coherentes.

Para justificar los vientres de alquiler hay que saltarse unas cuantas vallas morales y jurídicas que hasta ahora impedían que se ofrecieran ciertos servicios en el mercado, por ser considerados inaceptables.

La mentalidad libertaria afirma que cada uno debe ser totalmente libre, con el único límite del respeto a los derechos de los demás. En concreto esto se manifiesta en el ejercicio de derechos de propiedad absolutos sobre el propio cuerpo, también en materia sexual o incluso contra la propia salud, como en el uso de drogas. Por tanto, también cada uno debe ser capaz de contratar sin limitación las condiciones de trabajo y la prestación de servicios (la prostitución debería ser legal, el mercado de trabajo completamente flexible, etc).

La función mínima del Estado es imponer el cumplimiento de los contratos: los acuerdos fruto del ejercicio de la autonomía por parte de personas libres, aunque sea contra su propio interés. Todo lo anterior tiene un fundamento deontológico, categórico, absoluto. Los libertarios no aceptan el argumento utilitarista que subyace al socialismo (la mayor felicidad para el mayor número es el fin que justifica limitar la libertad). A la vez están convencidos de que respetando esta libertad absoluta se alcanza un mundo mejor para todos.

Salta a la vista que lo anterior es incompatible con algunos principios básicos de nuestras social-democracias: basta pensar en la protección del trabajador en la contratación laboral, donde se limita la libertad de contratar del empresario para evitar una situación asimétrica que redunde en perjuicio del trabajador. Pero también podemos mencionar la cuestión de la atención a los más desfavorecidos y dependientes. La filosofía libertaria reduce al mínimo el reconocimiento de las desigualdades estructurales que subsisten en nuestra sociedad, y solo en algunos casos acepta la intervención social o pública para ayudar directamente a estas personas.

Más radicalmente, la afirmación de una autonomía absoluta vuelve crucial identificar el criterio con el que reconocemos que alguien es sujeto y no objeto. Que alguien es sujeto de derechos y no objeto de propiedad por parte de otro. Aquí algunos libertarios hacen una pirueta intelectual, y se suman al carro de los utilitaristas más descarnados, que solo aceptan la dignidad personal de los individuos que han manifestado funciones psíquicas superiores. Los dependientes, bebés, enfermos, accidentados, ancianos… quedan en una peligrosa zona gris. La carga de la prueba recae sobre su personalidad, recae sobre ellos. En este juego de suma cero de libertades absolutas, si alguien es persona se sustrae a mi patrimonio. Me lo roban a mi sacrosanta libertad de disposición. In dubio pro propietario. ¿Es esto progresista, social, decente, compasivo? ¿Es, sencillamente, justo?

Algunos libertarios hacen una pirueta intelectual, y se suman al carro de los utilitaristas más descarnados, que solo aceptan la dignidad personal de los individuos que han manifestado funciones psíquicas superiores.

Resulta evidente el peligro de mercantilización de todas las relaciones, una forma de utilitarismo de la que el libertarianismo dice renegar, pero que vemos que se impone por todas partes. Autores liberales como Habermas se han dado cuenta de que solo sustrayendo ciertos bienes y relaciones de la libre disposición, por razones morales o incluso religiosas, es posible evitar la extensión de la mentalidad mercantilista. ¿En nombre de qué principio evitaríamos si no la selección de embriones según criterios funcionales? Esta selección supone una evidente instrumentalización de las personas al servicio de los planes de otros: la instrumentalización de unas personas (en estado embrionario) al servicio de otras (los padres). Esto sin entrar en la necesaria exclusión de embriones que sucede en toda fecundación in vitro.

Alguien podría conceder: puede que tengas razón. Es posible que el intercambio económico en la maternidad subrogada consagre las desigualdades estructurales bajo apariencia de libre consentimiento de mujeres. Incluso alguien puede llegar a entender que es preciso sustraer del mercado ciertas relaciones valiosas en sí, para evitar que la lógica utilitarista se imponga, y proteger al débil, al dependiente. Sin embargo, ¿acaso no se superan esas objeciones si se ofrece la maternidad subrogada como servicio gratuito?

Sin embargo, ¿acaso no se superan esas objeciones si se ofrece la maternidad subrogada como servicio gratuito?

Es verdad que algunos problemas parecen resueltos, aunque permanecen las dudas sobre el control de retribuciones fraudulentas. Pero más a fondo, y yendo directos a la cuestión disputada, la misma expresión de maternidad subrogada  –preferida por quienes quieren evitar el sabor mercantilista de los “vientres de alquiler”- apunta a un problema: ¿puede la maternidad subrogarse?

Evidentemente hoy tenemos los medios técnicos para que la gestación sea realizada por una madre no genética. Sin embargo, la maternidad es un vínculo personal que no admite subrogación, ni admite compraventa, ni renuncia. No es el resultado de un intercambio de voluntades (como sí lo es el matrimonio y en cierto sentido la procreación). Cuando hay una nueva persona que no ha elegido, que no puede expresar su voluntad, esa persona tiene derecho a tener padre y madre.

Cuando hay una nueva persona que no ha elegido, que no puede expresar su voluntad, esa persona tiene derecho a tener padre y madre.

Incluso aceptando esto, ¿podemos separar gestación –con los vínculos fisiológicos y psicológicos que crea- de maternidad? ¿Podemos aceptar que la madre gestante renuncie a sus derechos maternos, que son derechos del hijo? De hecho a los trabajadores no les dejamos renunciar a sus horas de trabajo, ni a sus vacaciones o condiciones de seguridad laboral.

¿Desde cuándo ser madre es algo menos importante que trabajar?

One Comment

  • Santi Reigada dice:

    Fantástico artículo…